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domingo, 19 de junio de 2016

Beautiful sentence

   Traigo hoy un fragmento de Nietzsche: «La "razón" en la filosofía», de «Crepúsculo de los ídolos». Nietzsche utiliza un léxico y una sintaxis que son, cuanto menos, curiosos, y en muchas ocasiones, bellos.
   Sin más dilación, cito:

"Que el artista estime más la apariencia que la realidad no es ninguna objeción contra esta proposición. Pues «la apariencia» significa aquí la realidad una vez más, sólo que en una selección, en una intensificación, en una corrección... El artista trágico no es ningún pesimista, —dice precisamente  incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco..."

domingo, 21 de febrero de 2016

El buitre - Franz Kafka. Explicación pormenorizada.

  Ayer di una clase sobre Kafka a alumnos del curso inferior.
  Quiero decir que mi amantísima profesora de Castellano de los dos años pasados me ofreció participar en su clase de Literatura Universal sobre Kafka. Entre otras cosas, compartí con los alumnos un relato suyo, "El buitre".
  Al final de la clase, Asunta interpretó el relato sobre la marcha, explicando la simbología. En la entrada de hace una hora he subido el relato sin más, pero he pensado que podía ser interesante contar lo que nos contó ella a nosotros. No sé si su interpretación es, hum, válida (de hecho, tengo la impresión de que la mitad está inventada), pero me gustó mucho sacarle el jugo y quiero compartirlo.
  Voy a ello.

Un buitre me estaba desgarrando los pies a picotazos. El buitre es un carroñero. Kafka lo elige para expresar que él mismo se siente carroña. Ya había destrozado las botas y los calcetines y ahora me desgarraba los pies. El buitre había superado sus defensas, había roto la cáscara que le protegía. Como dijo Asunta, cuando le entregas tu corazón a alguien, estás a su merced. Después de cada picotazo que me daba, se ponía a volar inquieto, describiendo círculos en torno a mí. El buitre está esperando a que Kafka muera. Luego proseguía su tarea. Un señor que pasaba por allí nos estuvo mirando durante un rato y me preguntó que cómo podía tolerar lo que el buitre me hacía. 1) El señor representa a los demás. "Nos estuvo mirando durante un rato" muestra la visión del mundo que tiene Kafka, una visión pesimista, en la que nadie proporciona ayuda si puede evitarlo, una visión totalmente negativa. 2) El señor no concibe la debilidad de Kafka; cree que él permite su sufrimiento, cree que él lo ha elegido.
—Estoy indefenso (no hay nada que él pueda hacer; está solo y es débil) —le dije—. Un buen día llegó y empezó a darme picotazos. Por supuesto que intenté ahuyentarlo, e incluso intenté retorcerle el pescuezo, pero un animal de este tipo tiene mucha fuerza y quiso saltarme a la cara. Lo intenté, pero no fui lo suficientemente fuerte. Entonces decidí sacrificar los pies. Es una rendición; cuando Kafka ve que no puede ganar, decide sacrificar algo que vale menos. Se trata de elegir entre los ojos, que permiten ver el mundo y comprender lo que nos rodea, y los pies, que nos sostienen y nos dan la libertad. Kafka ha sacrificado su libertad, sus posibilidades de acción, pero a cambio de poder ver con claridad. Ahora están casi tronchados.
—No debe permitir que le haga sufrir tanto —dijo el señor—. Un tiro y ya no hay buitre que valga. El señor aconseja que Kafka se resista, pero le aconseja utilizar la violencia. En resumidas cuentas, lo que le dice es "utiliza la violencia para solucionar tu problema".
—¿Está seguro de ello? —le pregunté—. ¿Se encargaría usted del asunto? Kafka duda, y lo hace dos veces. Duda de si la violencia será o no lo mejor, y no tiene ninguna confianza en que el señor le ayude.
—Faltaría más —dijo el señor—. Tan sólo tengo que ir a casa a por la escopeta. ¿Podrá esperar media hora más? Esto es una especie de demostración de fuerza.
—No lo sé —repuse. Por un instante me quedé paralizado, pero luego le dije—: hágame el favor e inténtelo. Kafka se agarra a lo que puede.
—Muy bien —dijo el señor—, me daré prisa.
Mientras tanto, el buitre había permanecido tranquilo atendiendo a lo que decíamos y posando alternativamente sus miradas en mí y en el señor. Entonces comprobé que lo había comprendido todo.  El buitre lo entiende todo, no hay forma de engañarle. Emprendió el vuelo, se arqueó con ímpetu para lograr el impulso adecuado y, como un lanzador de jabalina, hundió profundamente su pico en el interior de mi boca. Mientras caía de espaldas me sentí liberado al ver cómo mi sangre, que llenaba todas las profundidades y hacía que todos los cauces se desbordaran, ahogaba al buitre. En la autodestrucción está también la destrucción del buitre.

  El buitre representa la enfermedad. La enfermedad acosa a Kafka sin que él pueda hacer nada, y de hecho ataca su garganta, que hacia el final de su vida tenía siempre inflamada.  Sin embargo, se da cuenta de que, de alguna forma, al morir "mata" también a su enemigo, porque están unidos. Esto es una interpretación oficial; de hecho, se cuenta que la primera vez que Kafka tosió sangre se sintió, en sus propias palabras, liberado.

  Y hasta aquí Kafka. Buenas noches, pulpos insomnes.



sábado, 20 de febrero de 2016

El buitre - Franz Kafka

Un buitre me estaba desgarrando los pies a picotazos. Ya había destrozado las botas y los calcetines y ahora me desgarraba los pies. Después de cada picotazo que me daba, se ponía a volar inquieto, describiendo círculos en torno a mí. Luego proseguía su tarea. Un señor que pasaba por allí nos estuvo mirando durante un rato y me preguntó que cómo podía tolerar lo que el buitre me hacía.
—Estoy indefenso —le dije—. Un buen día llegó y empezó a darme picotazos. Por supuesto que intenté ahuyentarlo, e incluso intenté retorcerle el pescuezo, pero un animal de este tipo tiene mucha fuerza y quiso saltarme a la cara. Entonces decidí sacrificar los pies. Ahora están casi tronchados.
—No debe permitir que le haga sufrir tanto —dijo el señor—. Un tiro y ya no hay buitre que valga.
—¿Está seguro de ello? —le pregunté—. ¿Se encargaría usted del asunto?
—Faltaría más —dijo el señor—. Tan sólo tengo que ir a casa a por la escopeta. ¿Podrá esperar media hora más?
—No lo sé —repuse. Por un instante me quedé paralizado, pero luego le dije—: hágame  el favor e inténtelo.
—Muy bien —dijo el señor—, me daré prisa.
Mientras tanto, el buitre había permanecido tranquilo atendiendo a lo que decíamos y posando alternativamente sus miradas en mí y en el señor. Entonces comprobé que lo había comprendido todo. Emprendió el vuelo, se arqueó con ímpetu para lograr el impulso adecuado y, como un lanzador de jabalina, hundió profundamente su pico en el interior de mi boca. Mientras caía de espaldas me sentí liberado al ver cómo mi sangre, que llenaba todas las profundidades y hacía que todos los cauces se desbordaran, ahogaba al buitre.

jueves, 14 de enero de 2016

(Diarios de Alejandra Pizarnik)

24 de junio.

Yo debiera pintar. La literatura es tiempo. La pintura es espacio. Y yo odio el tiempo y querría abolirlo. Pero ni la pintura. Hablo de poder expresarme en un arte que fuera como un aullido en lo oscuro, terriblemente breve e intenso como la muerte.






Nada más que decir.

jueves, 10 de septiembre de 2015

(Charles Bukowski - La chica más guapa de la ciudad)

  Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas.
  Cass era la chica más guapa de la ciudad.
  Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos jamás podrían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una máquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.

  Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no se sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: “No tienen agallas -decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas… todo fachada y nada dentro…” Tenía un carácter rayano en la locura; un carácter que algunos calificaban de locura.



  Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las chicas envidaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchilladas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía, por el contrarío, realzarla.

  Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviera algo que ver con el asunto.

– ¿Tomas algo?
– Claro, ¿por qué no?

  No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión. Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete y se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.

– ¿Crees que soy bonita?- preguntó.
– Sí, desde luego. Pero hay algo más… algo más que tu apariencia…
– La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?
– Bonita no es la palabra, no te hace justicia.

  Buscó en su bolso. Creí que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo, se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentí repugnancia y horror.

  Ella me miró y se echó a reír.

– ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?

  Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó.

-Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.
– ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella.
– Será mejor que la controles -me dijo el encargado.
– No te preocupes -dije yo.
– Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que quiera con ella.
– No -dije-, a mí me duele.
– ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?
– Sí, me duele, de veras.
– De acuerdo, no lo volveré a hacer. Ánimo.

  Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo, acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no ser yo.
  Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:
– ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?
– Por la mañana -dije, y me di la vuelta.

  Por la mañana me levanté, hice un par de cafés y le llevé uno a la cama.
  Se echó a reír.

– Eres el primer hombre que conozco que no ha querido hacerlo por la noche.
– No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por qué hacerlo.
– No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco.

  Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandecientes, toda resplandor… Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama.

– Ven, amor.

  Fui.

  Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo. Acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos.

– ¿Cómo te llamas? -pregunté.
– ¿Qué diablos importa? -preguntó ella.

  Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entro ella con una hoja: una oreja de elefante.

– Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza.

Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante.

– ¿Cómo sabías que estaba en la bañera?
– Lo sabía.

  Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y siempre traía la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.

  Telefoneó una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza.

– Esos hijos de puta – decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas.
– La culpa la tienes tú por aceptar la copa
– Yo creía que se interesaba por mí, no sólo por mi cuerpo.
– A mí me interesáis tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.

  Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabundeando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas de ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado.

– Vaya, cabrón, has vuelto.

  Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nuca la había visto así. Y debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban clavados.

– Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza….
– No, no seas tonto, es la moda.
– Estás chiflada.
– Te he echado de menos -dijo
– ¿Hay otro?
– No, no hay ninguno. Solo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis.
– Sácate esos alfileres.
– No, es la moda.
– Me hace muy desgraciado.
– ¿Estás seguro?
– Sí, mierda, estoy seguro.

  Se sacó lentamente los alfileres y los guardó en el bolso.

– ¿Por qué destrozas tu belleza? -pregunté- ¿Por qué no vives con ella, sin más?
– Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que tienes de ser feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.
– Vale -dije-, tengo mucha suerte.
– No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante.
– Gracias.

  Tomamos otra copa.

– ¿Qué andas haciendo? -preguntó.
– Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.
– A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.
– No creo que quisiera establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio.
– Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso

Salimos juntos, por la calle; la gente aún miraba a Cass. Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca.

  Fuimos a casa y abrí una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato, yo escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil, sin tensión. Era como si descubriésemos secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa…, de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la cama. Fue entonces cuando Cass se quito aquel vestido de cuello alto y la vi… Vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba el cuello. Era grande y ancha.

– Maldita sea, condenada, ¿qué has hecho? -dije desde la cama
– Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún?

  La arrastré a la cama y la besé. Me empujó y se echó a reír:

– Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto, no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido.
– Sí -dije-, no puedo parar de reír… Cass, zorra, te amo… deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco.

  Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso.

  Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama gozando de su felicidad. Por fin, vino y me zarandeó.

– ¡Arriba, cabrón! ¡Tírate agua fría en la cara y en la polla y ven a disfrutar del banquete!

  Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto. Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos, discutiendo ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la supervivencia. Había paz en el aire y paseamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos mucho. Era agradable simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a Cass y dormimos así, abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente “No”. La llevé de nuevo al bar, le pagué una copa y me fui.

  Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fabrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me vio el encargado.

– Siento lo de tu amiga.
– ¿El qué? -pregunté.
– Lo siento. ¿No lo sabías?
– No
– Suicidio, la enterraron ayer.
– ¿Enterrada? -pregunté. Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro. ¿Cómo podía haber muerto?
– La enterraron las hermanas
– ¿Un suicidio? ¿Cómo fue?
– Se cortó el cuello.
– Ya. Dame otro trago.

  Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel “No”. Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad, muerta a los veinte años.

  Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé “¡MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CÁLLATE YA!”.

  Y seguía avanzando la noche y yo nada podía hacer.

martes, 25 de agosto de 2015

Observación #3

A mi edad cuando me presentan a alguien ya no me importa si es blanco, negro, católico, musulmán, judío, capitalista, comunista... me basta y me sobra con que sea un ser humano.
Peor cosa no podría ser.


Mark Twain

jueves, 6 de agosto de 2015

La vie #1 (Gustavo Adolfo Bécquer - Rima LX)

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

Observación (Charles Baudelaire - Cada cual, con sus quimeras)

Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.

Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.

Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.

Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.

Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.

Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.

Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedé más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.

A piece of advice #1

Don´t try.

Charles Bukowski

(Alejandra Pizarnik - El despertar)

Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
y se ha volado 
y mi corazón está loco, 
porque aúlla a la muerte 
y sonríe detrás del viento 
a mis delirios

Qué haré con el miedo 
Qué haré con el miedo 

Ya no baila la luz en mi sonrisa 
ni las estaciones queman palomas en mis ideas 
Mis manos se han desnudado 
y se han ido donde la muerte 
enseña a vivir a los muertos 

Señor 
El aire me castiga el ser 
Detrás del aire hay monstruos 
que beben de mi sangre 

Es el desastre 
Es la hora del vacío no vacío 
Es el instante de poner cerrojo a los labios 
oír a los condenados gritar 
contemplar a cada uno de mis nombres 
ahorcados en la nada

Señor 
Tengo veinte años 
También mis ojos tienen veinte años 
y sin embargo no dicen nada 

Señor 
He consumado mi vida en un instante 
La última inocencia estalló 
Ahora es nunca o jamás 
o simplemente fue 

¿Cómo no me suicido frente a un espejo 
y desaparezco para reaparecer en el mar 
donde un gran barco me esperaría 
con las luces encendidas? 

¿Cómo no me extraigo las venas 
y hago con ellas una escala 
para huir al otro lado de la noche? 

El principio ha dado a luz el final 
Todo continuará igual 
Las sonrisas gastadas 
El interés interesado 
Las preguntas de piedra en piedra 
Las gesticulaciones que remedan amor 
Todo continuará igual 

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo 
porque aún no les enseñaron 
que ya es demasiado tarde 

Señor 
Arroja los féretros de mi sangre 

Recuerdo mi niñez 
cuando yo era una anciana 
Las flores morían en mis manos 
porque la danza salvaje de la alegría 
les destruía el corazón 

Recuerdo las negras mañanas de sol 
cuando era niña 
es decir ayer 
es decir hace siglos 

Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
y ha devorado mis esperanzas 

Señor 
La jaula se ha vuelto pájaro 
Qué haré con el miedo





domingo, 2 de agosto de 2015

Suicidio #1

"El suicidio es una realización brusca, una liberación fulgurante; es el nirvana por la violencia".





Emil Cioran